Spinetta
“A los libros, ya no es necesario que los prohiba la policía: los prohibe el precio”
E. Galeano
Es de mañana, las personas (hoy por hoy, las que tienen suerte) se dirigen a sus respectivos trabajos en el transporte público que más práctico les haga el avatar del llegar. Millones de personas por las arterias de la ciudad, se rozan, se chocan, se amalgaman en una loca vorágine en la uno ni siquiera es uno y por consiguiente, uno más uno no hacen dos. Apurados por el poco tiempo en los tiempos que corren, salen del edificio, pisan la baldosa floja, se ensucian, cruzan la calle y paran el colectivo. Otros, salen de su casa, presos del regalo que menos regalo es (entiendase reloj, sino pregúntenle a Cortazar), hacen una cola monumental porque no hay monedas y suben al tren que luego del periplo metálico nos deja a las puertas del otro cielo. Muchos, salen de sus hogares, sin ver la luz y aun sin querer evitarla, se sumergen en las entrañas de la urbe y esperan al topo metálico, que los depositará vaya uno a saber en donde.

Sin embargo, lo que me compete es el viaje y dentro de él, un hecho que realmente me llama poderosamente la atención por no decir que me molesta o me genera escozor. Hay días en los que al salir de casa, como toda la gente antes mencionada, tengo ganas de comerme una bola de fraile o parar en el kiosco y pedirle amablemente al señor quiosquero un Guaymallen triple de Dulce de Leche, otros días en los que lo único que quiero es escuchar algo de música que acompañe mi locura matinal y probar una vez más, si es cierto que la música calma a las fieras, luego de estas dos posibilidades y sabiendo que existen muchas más, me subo al colectivo y veo, otras observo, otras contemplo que ante un silbido la gran mayoría de la gente que emula a un camión de ganado por la comodidad en la que viaja, realiza un sinfín de caras, que me llevarían mil y un noches de palabras para poder describir, lo mismo ante el canto de algunos de los viajantes que aunque lo haga mal, esta cantando!. Yo me pregunto: ¿Acaso no es saludable ir al trabajo cantando? ¿Acaso no es algo que la alienación de estos días nos ha robado?
Atrás las preguntas, lo que más ocurre y aquí el motor de este escrito, es un sinfín de sonidos que van desde el pi..pi..pi hasta el “sonó..sonó..sonó…me llaman del bar de Moe”, pasando por algún riff ricotero y porque no el hit de Micky Vainilla, esa especie de Hitler tras el ropaje de un Miranda, que a tantos nos roba una sonrisa (ver Peter Capusotto y sus vídeos). Esta marea de sonidos producto de un número increíble de celulares, no genera en los semblantes de los transportados ni el mínimo gesto, ni la mínima cara de circunstancia. Perturba el que canta, aquel que silba es observado como si hubiese salido de un hospital para salud mental, mientras que aquel que con su aparato de la (des) comunicación busca la manera de hacernos saber que recibió un mensaje de texto, que esta hablando con la mamá que le hizo mal la sopa o que esta noche sale con una chica que es mas linda que la Hiena Barrios y que además es gauchita no produce ninguna extrañes.

Se naturaliza la farandulización de la vida. Miras por la ventana y ves los grandes carteles que anuncian la llegada, el desembarco del nuevo Nokea (noquea tu bolsillo y tu libertad) que tiene airbag, frenos en el asterisco y en el cero y que si pones quinta (apretando el 5 claro esta) te invita a jugar a un juego que jamás comprenderás porque esta en chino.
Desde niños de 14 hasta adultos de 60, todos con un aparato de aparente comunicación en las manos y llevándose todo por delante, porque no vaya a ser que tarden mas de 5 segundos en responder, total el que quiere bajar que espere porque de la puerta hasta no poner el punto final no se corren. El que quiere entenderlo como distracción que brinde por su inocencia hasta el fin de sus días.
El viaje sigue, los sonidos también, siguen y siguen. Quisiera viajar sentado para descansar las gambas, porque el sueño no se ha despegado de mi mente, para poder sacar el apunte de la facu de la mochila y poder leerlo, pero bue….se libera un asiento, lo cedo como todo caballero y tiene lugar el accionar que mas se repite todos los días, desde que el colectivo es medio de transporte en el que viajan celulares con personas. La chica (por lo general uno se los cede a las mujeres o a los ancianos, no es una distinción de genero con intención alguna de fondo) se sienta, y casi al unísono, mete la mano en su cartera y saca el maldito aparato para ver si recibió un mensaje. Mensaje que en realidad existe solo en su deseo mental. Mensaje que solo esta determinado por la tenencia del Nokea A1-Tocado. Mensaje que si no llego, se escribirá desde el Nokea B1-Hundido para luego recibir como respuesta el mensaje que antes había esperado.
Por todas partes, en todos los asientos el mismo accionar. Gente que a las 7:32 hs de la mañana habla aproximadamente media hora por teléfono!!!!.
Se esta terminando el viaje, el tren llega a Retiro, el subte a Los Incas, el colectivo a Panamericana y Paraná, el vehículo disfruta de las palabras del silencio. Todo es silencio, salvo que alguno silbe un tango o que alguno de vuelta la hoja del libro que estaba leyendo.
Una vez abajo, con los pies en la tierra y como si fuera una mala jugada del destino se nos acerca un vendedor de celulares que nos dice: “¿Quieres aprovechar la ultima promoción del Nokea Tubolsillo?” y ante la perpleja mirada de uno, prosigue “no me digas que no Tenés celular!!”.